All I Wanna Do Is Rock...

Tuesday, October 11, 2005

Tirso Vs. Fellini ( II )

Ahí les va otra entrega de las cosas que no escribo para ustedes, de las cosas por las que los abandono de vez en cuando, de esas cosas que prometen pagarme. Recuerden que es de lectura totalmente opcional, ya que no fue concebida para el blog (las otras si, y son, por lo tanto, obligatorias), y que no quiero recibir ni una maldita queja de lo largo que está (por otra parte, por lo general a ninguna parece molestarle). Sin más, invito al lector tenaz y disciplinado a seguir leyendo mis desvaríos y comentar ampliamente lo que se le antoje, total que están en su casa.

Perdidos en el Laberinto de Información

Pero para continuar con el tema, primero necesitamos hacer una divertida y (en apariencia) contradictoria digresión, y examinar el siguiente postulado: Los prejuicios son necesarios.
Nuestra organización social está basada en parte en la idea de lo Políticamente Correcto. Esta se refiere a la pretensión de que sostengamos un discurso socialmente inocuo, o por decirlo con otras palabras, que no ofendamos a nadie con ninguna de nuestras expresiones. Esto es una consecuencia de concebir a la sociedad como si estuviera constituida por una serie de “grupos” o unidades de mercado en las que se pueden clasificar a los diferentes sectores de la población, basándose en ciertas características que les distinguen de los demás. Así, se establecen una serie de “minorias” (nombre que se le asigna a dichos grupos), a la que es necesario respetar y no ofender con cualquiera de nuestras expresiones públicas o privadas (pero sobre todo públicas si queremos ganar o mantener cierto prestigio político).
Partiendo de esta postura, las relaciones sociales se conciben como una especie de juego de popularidad, en donde lo que decimos debe ser evaluado a partir del efecto atractivo u ofensivo que puede tener para todas las minorías que estarán expuestas a nuestras expresiones. Esto hace que la comunicación (sobre todo en los medios oficiales) se vuelva una cosa de lo más complicada, pues antes de expresarnos, debemos pensar si nuestros puntos de vista no serán ofensivos para los negros, judios, homosexuales, feministas, vegetarianos, mormones, intolerantes a la lactosa, pro-indigenistas, anti-indigenistas y demás minorías habidas y por haber. Y por si eso no fuera suficiente, también debemos pensar no solo en todos los temas sensibles de cada minoría (holocausto para los judios, racismo para los negros, etc) sino hasta en los significados que diversos signos específicos han tomado para dichas minorías en el contexto de los ya mencionados temas sensibles.
Eso nos lleva a nuestro tema: Los prejuicios. Partiendo del contexto de los conflictos raciales, y su manejo por los medios norteamericanos, creo que es difícil no saber como se supone que debemos comportarnos ante la multiplicidad étnica: con tolerancia (eso es, siempre y cuando no sean musulmanes; en el caso contrario, aparentemente el precepto moral es bombardearlos). También nos queda perfectamente claro cual fue el ingrediente peligroso que hizo de la mezcla racial una bomba de tiempo: los prejuicios. Así, tener prejuicios se volvió sinónimo de ser una persona retrógrada, ignorante, racista y moralmente deficiente. Rápidamente se desarrolló un modelo de conducta a seguir, según el cual deberíamos ser totalmente imparciales y abiertos a toda experiencia, dispuestos a lanzarnos de lleno a lo que la vida tiene para ofrecernos sin preconcebir nada con respecto de aquello con lo que habríamos de interactuar; es decir, se promovió una cierta definición de “tolerancia” como valor cultural a seguir, y los prejuicios fueron relegados al fondo del armario de los vicios de la cultura… supuestamente.
Al menos en la superficie, vivimos en una sociedad sin prejuicios, pero la falsedad de esta observación se hace patente al fijarnos prácticamente en cualquiera de los conflictos armados, por hablar a gran escala, o inclusive por la manera en la que nos comportamos en los detalles más cotidianos. Y más aun, yo afirmo que los prejuicios no solo no son tan malos como se dice, sino que inclusive son necesarios para sobrevivir y conducirse en la actual organización social, y probablemente en todas las anteriores.
No voy a exponer como los prejuicios son parte de la vida cotidiana y el comportamiento político tanto en relaciones exteriores como en el gobierno del pueblo, porque eso ya lo han hecho otros, y lo han mejor de lo que yo podría, además de que ocuparía demasiado, pero demasiado espacio del presente escrito, con argumentaciones que probablemente no sean del interés de todos. Lo que si voy a exponer es la necesidad del prejuicio para relacionarnos con la información en una sociedad saturada de la misma.
Parece ser que la característica principal de nuestros tiempos (aparte de un evidente y perpetuo sentido de confusión a la hora de intentar entenderlos, y en general) es la saturación de información. Vivimos en una sociedad tremendamente mediatizada, en donde los ciudadanos nos exponemos sin parar al mayor número de medios de comunicación que han existido en la historia de la humanidad. Nuestra exposición al cine, televisión, radio, prensa, libros, y demás formas de comunicación mediatizada, por citar los ejemplos más obvios, se ha vuelto tan cotidiana y frecuente que ya ni siquiera nos damos cuenta de estar tan inmersos en ellos (invito al lector, a manera de experimento de concientización, a contar las veces que está expuesto a producciones mediáticas en un lapso de dos horas). En un sentido, los mensajes de los medios se han vuelto más frecuentes y necesarios que la comida (dentro de poco, quizá esto no sea una exageración).
Aprovechando esta total inmersión (y a la vez causándola), la producción de mensajes de medios se ha vuelto más enorme que nunca con el fin de cubrir el hambre voraz e insaciable de nuestra sociedad por consumirlos. Invito al lector a imaginarse la cantidad de libros, por ejemplo, que se producen cada año, o a averiguar por su cuenta el número de artículos como el que está leyendo que se escriben en el mismo lapso. Nos encontramos ante una cantidad de mensajes verdaderamente inmanejable. Tanto, que sería imposible consumir todos los mensajes que se producen en un solo medio, aunque dedicáramos toda nuestra vida a intentarlo.
Así, procesar todos los mensajes producidos se vuelve una ambición absurda e imposible, y más bien se vuelve esencial desarrollar un proceso para seleccionarlos. Pero incluso dicha tarea (discriminar entre que mensajes vamos a consumir y cuales no) requiere un esfuerzo titánico, y realizarla a la perfección implicaría poseer habilidades sobrehumanas. El proceso de elegir implica, en cierta manera, conocer las opciones entre las que se habrá de elegir. Sería absurdo afirmar, por ejemplo, que uno prefiere al candidato A sobre el B cuando no se sabe absolutamente nada de ellos (otra cosa completamente es elegir con base en cosas que a otros les parecen estúpidas o superficiales: puedo elegir, por ejemplo, al candidato A porque tiene un bonito peinado, pero eso implicaría, necesariamente, un conocimiento de cierto tipo, aunque no sea el tipo más deseable por el discurso oficial), y sin embargo, eso es lo que se nos exige hacer al vivir inmersos en una sociedad mediatizada al nivel de la nuestra.
Tenemos que exponernos a mensajes mediáticos incesantes, tenemos también que seleccionar a cuales nos expondremos y cuales excluiremos, pero además, tenemos que hacer dicha elección sin conocer (por mucho) la mayor parte de las opciones. Es imposible conocer todos los mensajes que se producen, como para afirmar que elegimos basándonos en un total conocimiento de las opciones. Es en esta parte del proceso donde los prejuicios se vuelven una ayuda innegable para sobrevivir en nuestro mundo. Preferimos, la mayoría de las veces sin saber por que (por lo menos en el contexto en el que hablamos), unas cosas sobre otras. Inmersos como estamos en un laberinto insondable y siempre cambiante de información, necesitamos la luz de los prejuicios para guiarnos. Nos formamos preconcepciones de cómo deben ser ciertas cosas, aun sin conocerlas, como parte de procesos sociales complejos para poder movernos por tan confuso laberinto. Sin los prejuicios como principio rector, el océano mediático en el que debemos nadar continuamente se volvería innavegable. Si no nos moviéramos por prejuicios injustificables que nos hacen odiar a los conservadores, preferir la música clásica, creer que RBD es superior a cualquier novela rusa jamás escrita o relegar a la banda Recodo a un rincón tan alejado de nosotros como sea posible, simplemente nunca podríamos hacer una elección. Tal y como está configurado el panorama de la información en la sociedad actual, si quisiéramos hacer una elección del objeto mediático al que prestaremos atención totalmente informada, simplemente terminaríamos por nunca poder elegir. En resumen: Necesitamos descartar una enorme cantidad de cosas y preferir otras, sabiendo lo menos posible (y a veces nada) al respecto de ellas.
Y el cine, claro está, no es la excepción. Algunos cálculos sugieren que harían falta años, o inclusive toda una vida, para ver todas las películas que se producen en un solo año. Es esencial, entonces, tener prejuicios y preferir algunas películas sobre otras, a pesar de desconocer la mayoría. Si quisiéramos, por ejemplo, leer la reseña de todas las películas del año para decidir cual vamos a ver, probablemente terminaríamos de elegir dentro de 5 años.
Pero aunque los prejuicios parezcan necesarios, eso no significa que siempre estén justificados. La mayoría de los prejuicios suelen estar muy mal manejados, y eso es lo que les ha ganado su mala fama. Los prejuicios tal y como son propuestos en este texto, son principios rectores, no verdades comprobadas e inmodificables. Nos sirven para tratar de guiarnos hacia donde queremos ir, pero también es posible que nos equivoquemos, y nos aparten de nuestra meta en lugar de acercarnos. Muchas veces nuestros prejuicios estarán mal construidos, y al darnos cuenta de esto, es necesario tener la capacidad de desecharlos como lo que son, y sustituirlos por las realidades recien conocidas (mismas que quizá serán los prejuicios del mañana). Es necesario tener prejuicios flexibles, que admitan modificación en cuanto nos demos cuenta de que ya no son útiles o beneficiosos, y más bien se comportan como lastres. El precio a pagar por la soberbia de no querer aceptar que nos equivocábamos al sostener un principio (y querer tener siempre la razón, no admitir el error, pues) puede ser demasiado caro, tanto como quedar excluido de una parte enorme y necesaria del riquísimo y complejísimo laberinto de la información en que estamos perdidos.

5 comments:

Fry said...

Estoy parcialmente de acuerdo, pero creo que no tengo tiempo ahora de escribir en que parte estoy en desacuerdo.

La Gata Parda said...

Concuerdo contigo, los prejuicios mas que necesarios simplemente existen, cualquier persona que diga que no tiene prejuicios esta mintiendo porque es imposible no pensar nada de algo, siempre tendremos esa idea, esa noción ese pre-juicio, y como dices lo malo es cuando te das cuenta que estabas en un error o que tu percepción primera esta equivocada y no lo quieres aceptar, Saludos!!

gata#1

flectere said...

A mí me parece que todo lo que dices es solamente un prejuicio.
Y lo sé, lo que digo también es, evidentemente, un prejuicio.



(Ah! Esto último también es un prejucio)

(...lo último-último también lo es)

(...lo último-último-último también lo es)

(...lo último-último-último también lo es)

(...lo último-último-último-último-último también lo es)

(...lo último-último-último-último-último-último también lo es)

ash! Y así... laberintos, laberintos.




[p.d: prometo luego poner un comentario menos estúpido que éste, jejeje. Ahora tengo un brote de hueva cósmica aguda]

Gran Fornicador said...

Fry, noble y afortunado sueco: a mi me pasó (como por lo regular me pasa) que crei estar de acuerdo con lo que iba a escribir, y conforme lo escribía le noté por lo menos 3 contradicciones feas que si hubiera corregido hubiera a) tenido que reescribir todo el texto y b) lo hubiera tenido que dejar demasiado largo y probablement demasiado aburrido para el público al que va destinado (como si no fuera lo suficientemente aburrido ya). Iba a escribir cuales eran dichas contradicciones, pero a mi también ya me dio hueva. Por otra parte, ojalá a ti se te quite y si escribas tus desacuerdos, también aceptamos mails de odio, amenazas musulmanas y fotos de desnudo de actrices de televisa.
Saludos, gata parda. Creo que ese es uno de los puntos esenciales en la práctica de lo que habla este asunto. La flexibilidad para corregir preconcepciones (o prejuicios, por usar la palabra) se me hace más importante que la pretensión de no sostenerlos.
La Fléctere en su laberinto: no se preocupe usted, que parece haber epidemia de hueva. Al menos 3 de los que escribimos en estos comments la hemos demostrado.

Anonymous said...

Creo que todo surge de una necesidad humana: las categorías; el ser humano, necesita de estas para poderse ubicar en algún punto fijo y no sentirse como barquito de papel en un gran océano. De esta categorización, jerarquizamos y ahí empieza lo divertido, aquellas cuestiones que no estén dentro de nuestra gran torre, simplemente las pasaremos al otro lado; las hemos prejuiciado. No en base a disociación de lo que es agradable o desagradable para nosotros, sino en base de lo que socialmente es correcto.

Si partimos de la premisa: el prejuicio es necesario. Hemos de tener en cuenta que estos han estado presentes a lo largo de nuestra historia, que en algunas ocasiones sus dimensiones traspasan los límites racionales. Entonces ¿porque se deberían considerarse necesarios? para mi, todo aquello que nos da fe de lo que somos, es erróneo. La discriminación desde las grandes entidades, hasta la más pequeña, engloba un mismo acto: repudio hacia lo desconocido y nace en nuestra ignorancia. Es paradigma social, al que nos enfrentamos todos los días, dejando a un lado la capacidad de elección que como seres individuales, se supone deberíamos poseer, pero que pareciera que en algunos no sólo es sosegado, sino aniquilado en su totalidad.
Pero no vayamos tan lejos, no sólo en las relaciones sociales se da ese juego de popularidad, en la que analizamos cual es el la táctica para llegar de manera eficaz al interlocutor (sea cual sea la intención); como seres comunicativos tenemos muchas capacidades y una de ellas, es el poder de elección entre varios discursos y siempre tendremos la tendencia a elegir a aquel mas amable, aunque el contenido, nunca de certeza de su magnitud y se quede en un dialogo maniqueo.

Las cantidades de información crean una gran red, un gran caos necesario (casi al igual que el feedback negativo, para indicarnos, el grado de descomposición de un sistema) para poder partir de ahí, hacia una probable solución o proceso entropico probable.
No creo que saber discernir entre los mensajes sea una labor titánica, si aprendemos a reforzar nuestros sistemas comunicativos a nivel del emisor. Basarnos también en la enseñanza de la recepción crítica puede ser otro frente desde el cual se puede resolver el problema o por lo menos empezar a trabajar en el.
Siempre que reparo en esta clase de temas, me quedo con la sensación de que estamos perdidos, de que nuestros malditos prejuicios nos llevaran a nada, pero también pienso en las posibilidades que diálogos (internos, como este) pueden abrir nuevas perspectivas…pienso mucho e ello